Víctimas de la pandemia: Más allá de la enfermedad y el paro.
En marzo del 2020 la vida nos pegó un cambio brutal. En aquel momento todos estábamos conmocionados y se creó un ambiente muy especial, una especie de “communitas” (fraternidad emocional social) en la que todos éramos víctimas de un enemigo común, todos estábamos igual de consternados y todos sentíamos miedo; a la vez nos hacíamos conscientes de que en ese momento había que hacer ciertas cosas para poder seguir adelante como sociedad. Y también pensábamos que aquello pasaría pronto, que tras unas semanas, al principio, o unos meses, como vimos después, todo volvería a la normalidad. De alguna manera teníamos sentimientos compartidos y cierta motivación comunitaria, cierto hermanamiento, cierta sensación de “todos a una”. Hoy sabemos que nuestro estilo de vida ha cambiado de forma indefinida, que no hay un horizonte claro en el que podamos volver a la antigua “normalidad”, y que quizá nunca nada vuelva a ser como antes. Y echamos de menos de forma irremediable algunas de las cosas que desaparecieron, sobre todo la cercanía con nuestros seres queridos, nuestras reuniones sociales, pero también la manera de relacionarnos en el trabajo, el poder viajar, el estar donde y cuando quiero en cualquier sitio…
Hoy ha desaparecido esa “communitas”, esa artificiosa hermandad de los inicios de la pandemia. Hoy sabemos que cada uno cuenta con lo que cuenta, con su pareja, sus hijos, sus amigos, sus vecinos, su trabajo, y así con todo. Pero hay personas que ya antes de todo esto apenas contaban con nada, mejor dicho, con nadie, y para los que esto no ha sido más que el remate, el endurecimiento de su vida, un principio del fin más en sus vidas. Si estaban aisladas o en los márgenes de la sociedad, hoy todavía lo están más. Si tenían problemas laborales, hoy esos problemas son más profundos, hoy el futuro es todavía más incierto para ellos y ellas.
La “communitas”, la hermandad emocional de la que he hablado varias veces, es eso, algo eminentemente emocional, algo que sobrevive sólo cuando se alimenta de esos sentimientos intensos compartidos. Hoy hay hartazgo, cansancio, miedo, tristeza y vacío en gran parte de la sociedad. Los lemas políticos e institucionales, incluso de las grandes corporaciones, nos hablan de una sociedad luchadora, de un “vamos a salir adelante porque somos maravillosos y muy fuertes” y lemas por el estilo. Económicamente, si salimos adelante, será por la solidaridad impuesta por nuestro pacto social, por los restos del “estado de bienestar”, no por la solidaridad social, pero en este sentido puramente «económico» sí que hay cierta esperanza. El sistema tiene que seguir girando… tenemos que producir, gastar, consumir, etc… eso interesa…
Pero el factor humano, la solidaridad social, interpersonal, la que construye redes, está muy tocada y no sabe muy bien por dónde salir… Después de la caída de las utopías del s. XX, utopías que soñaban sociedades que funcionaran al unísono y que procuraran el bien de todos como un destino común, no sólo individual, estamos viviendo la contra en el péndulo de la historia… ahora los proyectos, los esfuerzos, los sueños, son individuales, hemos cambiado el “salgamos entre todos y con todos”, por el “sálvese quien pueda”. Nuestros valores han tornado hacia el individuo, aislado, como motor de todo. Y no estoy haciendo una crítica de los “jóvenes”, pues ellos sólo han aprendido de nosotros, los “mayores”. Ellos sólo hacen lo que pueden con lo que tienen y les hemos legado, no son actores, son víctimas, en realidad.
Los valores que tradicionalmente nos han ayudado a las personas, nos han salvado como seres humanos, como especie y también como una especie sintiente e incluso que se piensa transcendente, han sido valores hacia el “otro”, hacia los demás, con los demás o para los demás. Respetándose primero a uno mismo, es cierto, teniendo en cuenta que somos lo que somos porque primero somos individuos, porque al final todos nos enfrentamos a nosotros mismos o nos acompañamos a nosotros mismos, por mucha red social, amigos o seres queridos y que nos quieren que tengamos.
Sólo si nos fijamos en las víctimas de esta pandemia, no sólo en los enfermos o fallecidos y sus familias, sino en todas las víctimas, podremos construir un futuro en el que acomodar otra vez nuestra vida. Y víctimas son todas las personas que necesitan del otro hoy más que nunca, pero tienen más dificultades que nunca para llegar al otro… Víctimas también son las víctimas que no padecen hambre ni frío, pero que necesitan un reconocimiento personal, social, que alguien les diga … “existes y me importas”. Víctimas son aquellas personas que transitan solas, a su pesar no por elección, por esta vida. Ancianos, enfermos mentales, personas y familias con problemas de adicción, familias monoparentales, o personas que se han quedado al margen de la sociedad aunque vivan en su mismo corazón. Además, los problemas suelen acumularse: se sufre el deterioro de las condiciones físicas de vida, la economía, junto con ese aislamiento y exclusión social. Las vacunas, la medidas restrictivas y los recursos sanitarios no bastan, ni siquiera los dispositivos de protección social…
Mis propuestas constructivas en el próximo post…
7 Comentarios
David
Un anilisis profundo y muy acertado, me ha gustado mucho Oscar, seguire leyendote. Un Saludo y un abrazo. 😘
Óscar admin
Muchas gracias David. Has sido el primero!! Un abrazo
Sunshines
❤️
Juan R.
Un texto muy esclarecedor.
David
Me ha encantado Óscar. Estoy deseando leer las propuestas. Un abrazo.
Águeda
Buenísimo Post!!! Deseando leer tus propuestas constructivas ya que es lo que más se necesita hoy y siempre. Gracias!
Patricia
Wokkkk Óscar.. No se puede decir más claro y tan bien expuesto…
Deseando leer tus propuestas constructivas.
Abrazo