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De adicciones, soledades y amores que no lo son: El viaje que no puedes aplazar a ti mismo/a.

Imagen de Rainer Maiores

«…No aplacemos más ese viaje que tanto necesitamos; en realidad es el único viaje en el que transitaremos por lugares ya conocidos pero de los que hemos fracasado en olvidar, porque es imposible. A la vez, es el único viaje que nos puede devolver a nuestro único hogar: nosotros/as mismos/as…»

Lo primero que nos viene a la cabeza cuando hablamos de adicciones son las sustancias tipo cocaína, cannabis, heroína, nicotina, quizá alcohol y otras. Entendemos bien que algo que introduces en tu cuerpo puede terminar afectando a tu cerebro y a tu estado de ánimo, para luego producir dependencia, una dependencia física, porque la sustancia es algo tangible, que sabe, huele y se puede tocar.

Cuesta algo más entender cómo actúan las adicciones que tienen que ver con alguna conducta, como por ejemplo el juego o la sexualidad. En realidad actúan de forma muy similar a las adicciones con sustancia, pero se nos hace más inexplicable que nos afecten de forma tan radical a nuestro estado de ánimo, y que llegue un momento que nos veamos obligados a repetir la conducta para quitarnos la ansiedad y el malestar. Sin embargo, muchos de los mayores síndromes de abstinencia los he visto precisamente con personas que no podían parar de “jugar” a las máquinas tragaperras, o apostar, como ejemplos. El malestar creado por la imposibilidad de juego les hace caer en profundos estados de ansiedad, llegando a hacer mucho daño a las personas que tienen a su alrededor y transgrediendo todos los valores que podían ser importantes para ellos/as (familia, paternidad, trabajo, amistad…). Por desgracia, la percepción de los padres y madres cuando sus hijos hacen una apuesta deportiva con sus amigos, es que el riesgo de padecer una enfermedad grave, crónica e incluso mortal, es muy leve, en comparación con las adicciones con sustancia.

Dando un paso más, muchas personas apenas contemplan la dependencia afectiva como un problema, como una verdadera “adicción” que puede subvertir los cimientos de la existencia de una persona. Los lazos emocionales que una vez habíamos valorado como importantes, necesarios y que nos aportaban felicidad, se convierten de repente en cadenas que nos obligan a vivir desde el dolor, el sentimiento de abandono, y el miedo frío a la soledad. Las consecuencias suelen ser nefastas: degradación de la propia autoestima y autoconcepto, aislamiento social, abandono del cuidado de uno mismo, desenfocar la vida hacia aquel lugar y/o persona por la que nos sentimos rechazados/as o incluso maltratados/as.

» Los lazos emocionales que una vez habíamos valorado como importantes, necesarios y que nos aportaban felicidad, se convierten de repente en cadenas que nos obligan a vivir desde el dolor, el sentimiento de abandono, y el miedo frío a la soledad»

Sistemáticamente, nos encontramos con personas que se hacen tremendas heridas manteniendo una relación que les produce profunda insatisfacción, y que además son conscientes que les hace daño. Esta situación en muy parecida a aquella en el que el heroinómano se inyecta un “chute”, sabiendo que sólo va a ahondar en su angustia en cuanto pasen los efímeros efectos de su droga irrenunciable. Igualmente, la persona dependiente de una relación afectiva, echa mano de antiguos recuerdos, sensaciones positivas ya pasadas y en la esperanza de que la próxima vez “será diferente”.

Igual que ocurre con las dependencias con sustancia y aquellas conductas adictivas como el juego, no es nada fácil salir de una relación dependiente, que ahora también se llaman “tóxicas”. Casi siempre en la base están las heridas que llevamos dentro, relacionadas con experiencias de abandono en la infancia, que muchas veces nos dominan inconscientemente el resto de nuestra vida. Nos negamos el trabajo con uno mismo, de aceptación del dolor, de abrazar el miedo a la soledad y de cuidado de ese “niño” abandonado que hace que una y buscamos caricias, reconocimiento y cariño, casi en bucle, donde ya solo queda daño y el miedo a dejar partir. Muchas veces la vida de las personas dependientes transcurre enlazando relaciones afectivas que nunca terminan de “curar”, “sanar” ese niño interior que se siente abandonado y que transita por su existencia anulando al adulto y no dejando a este realizarse ni sentirse bien consigo mismo.

Igual que con las otras adicciones, la persona dependiente afectiva busca su “salvación” fuera de sí mismo, en un lugar muy lejos de donde radica la raíz de su infelicidad, que es él mismo. De ahí a hablar de “tengo mala suerte con los hombres/mujeres con los que me emparejo” o “soy víctima de lo que los demás me hacen”, hay muy poco.

«…la persona dependiente afectiva busca su “salvación” fuera de sí mismo, en un lugar muy lejos de donde radica la raíz de su infelicidad, que es él mismo…»

La salida de este laberinto emocional solo se logra cuando hacemos consciente la verdadera naturaleza de nuestro dolor y sufrimiento, y dejamos de culpabilizar a otros/as de nuestras propias decisiones y emociones negativas. No es fácil, el amor “romántico” que impregna nuestra cultura occidental desde hace siglos, muy probablemente para favorecer matrimonios que fueran indisolubles para fomentar el control y estabilidad social, nos ha llenado nuestra mente y nuestro corazón de imágenes idílicas de la vida en pareja que en realidad son proyecciones de relaciones dependientes, que nada tienen que ver con la libertad, el respeto por el otro/a, la comunicación honesta, y el encuentro simétrico que puede tener lugar cuando una pareja se une de forma sana, pero sin renunciar a la propia individualidad. Este tipo de relaciones desde el amor, enriquece ambas personas, que en realidad no necesitan a otro/a para completarse, sino que ya son “naranjas completas” en sí mismas (aludo aquí al mito tan dañino que proyecta la búsqueda de la “media naranja”, es decir, la interiorización de que estamos incompletos como individuos sin esa pareja).

Permitidme sugerir un viaje al interior de uno mismo, a la experiencia de abrazarse con todas nuestras incoherencias, soledades, miedos, y también abrazar nuestros dones, nuestro amor y nuestra humanidad. Y ese viaje sólo se puede hacer con uno mismo, pero no significa que se haga en soledad. La experiencia de un viaje siempre es propia, individual, pero es necesario, irrenunciable, el compartir y el dejarse acompañar. Vosotros/as, las personas que pensáis dependéis de algo fuera de vuestro control, tampoco estáis solas. No aplacemos más ese viaje que tanto necesitamos; en realidad es el único viaje en el que transitaremos por lugares ya conocidos pero de los que hemos fracasado en olvidar, porque es imposible. A la vez, es el único viaje que nos puede devolver a nuestro único hogar: nosotros/as mismos/as.

3 Comentarios

  • Rubén Izquierdo

    Hola amigo…
    Faltan pocos días para que se cumplan seis años de mi primer paso en ese viaje que propones en tu fenomenal articulo.
    Tengo muy claro su comienzo, pero mas claro aún su final… Esto no termina nunca…..
    Y eso es lo bonito de este viaje…..
    Plagado de miedos, dudas, nervios, confusion, incertidumbre, etc etc etc..
    Pero también de alegrias, superacion, empoderamiento, aprendizaje, crecimiento, conocimiento, consciencia, amor, ilusion, etc etc etc..
    En definitiva,, lleno de VIDA….
    Gracias por ayudarme a entender muchas de las señales que me voy encontrando en este viaje….
    Un abrazo enorme….
    «QUE NUNCA PARE ESTE VIAJE»

    • Germán

      Muchas gracias compañero por guiarnos y acompañarnos en este viaje tan necesario y vital para nosotros,muchas gracias por devolvernos a la vida ,un fuerte abrazo.

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