REPORTAJES

“Desde que ya no me quieres, yo quiero a los animales …” Extremoduro, 1989

«…Quién no es capaz de amar a un animal, cuando ha entrado en contacto con él, dudo mucho que pueda amar a un ser humano, seguramente no se pueda amar ni a sí mismo. Pero esto también vale en dirección contraria: Quién no se ama a sí mismo ni es capaz de hacerlo a otra persona, será muy difícil, imposible quizá, que logre amar a un animal…»

Hace ya dos años y medio comenzó mi “amor” por los animales, nunca les había odiado, es cierto, pero tampoco les había tenido un especial cariño. Incluso me sorprendía que personas con muchas responsabilidades (hijos, trabajo, etc.) y que vivían en un piso normalito compartieran su espacio y su tiempo con una mascota, algo que les requería mucho esfuerzo, visto desde mi óptica de padre de dos hijos pequeños. A raíz de apadrinar a Toby, un mestizo vivaracho, en la Asociación Protectora de Animales de La Rioja, comenzamos, en familia, a pasearle 2 o 3 veces a la semana. Más tarde conocí a Nala, una labradora canela, muy lista y cariñosa. Y estos fueron los comienzos. A Toby le adoptaron, bien!, y hace poco más de dos meses, en marzo de 2021, adopté yo a mi propia perrita, Kira. Nala sigue conmigo, es parte de mi vida. Ambas, Kira y Nala, forman parte de un proyecto de Intervención Asistida con Animales, en el centro residencial de Proyecto Hombre La Rioja. Es decir, las perritas se me han colado en todos los lugares de mi vida, tanto en mi espacio personal y familiar, como mi otro pilar y vocación, mi trabajo en P.H. De la nada al todo en dos años y medio.

También hace dos años, después de mi “descubrimiento” de los perretes, tuve la oportunidad de contar en el centro residencial de tratamiento donde trabajo, con 4 jóvenes que realizaron un campo de trabajo durante un tiempo con nosotros, en P.H. En la evaluación final de su experiencia, que para ellos y para nosotros fue fantástica y entrañable, una de las chicas compartió, comparando, otra experiencia con personas: Había estado acompañando y paseando con ancianos unas horas a la semana, en una residencia de personas mayores. Estos ancianos no tenían ni familia ni nadie que les visitase o sacase de la residencia más allá de lo poco que podía hacerlo el personal del propio centro.

El relato de la experiencia de esta chica, me interrogó profundamente: Yo voy con mis hijos a sacar a pasear perritos “huérfanos”, junto con mucha más gente, jóvenes y familias, con niños en su mayoría, mientras que en nuestras residencias de mayores (y en los propios edificios que habitamos) existen muchas personas que transitan sus últimos años de vida muy solas, y sin nadie que dedique unas horas, o unos minutos siquiera, a su atención, salvo el personal profesional, y, sobre todo, a su acompañamiento.

A partir de ese momento me propuse observar dos cuestiones: La primera, mi propio estilo educativo con mis hijos, respecto a los valores que trataba de transmitir acompañando a esos perritos del refugio. La segunda, observé, leí, indagué sobre el enorme alcance que tiene todo lo relacionado con el mundo animal (más allá del interés generalizado por el problema del medio ambiente), sobre todo para las generaciones más jóvenes que yo. La primera cuestión está respondida en los últimos párrafos de este artículo.

Respecto a la segunda, las preguntas a las que iba llegando eran las siguientes: ¿El volcarnos con ayudar a los animales tiene que ver con un valor positivo de empatía y solidaridad hacia nuestros amigos peludos? u ¿obedece más a cuestiones de desapego y decepción con el resto de los seres humanos, con la imposibilidad de cambiar a las personas y al mundo? Obviamente, dependiendo de la respuesta, la valoración del “amor” a nuestros compañeros de cuatro patas iba a ser diferente.

Es cierto, mi generación y la de mis padres hemos intentado cambiar el mundo: Bebimos todavía de las grandes utopías que prometían un futuro mejor para toda la humanidad, proyectos colectivos en los que los individuos renunciaban a parte de su individualidad por el bien común, y esto era válido ideológicamente tanto para proyectos que venían del espectro político de la derecha, como para los que llegaban desde la izquierda. Mis padres me intentaron transmitir esto, y yo, lo he intentado también con mis hijos. ¿Qué ha ocurrido con aquellas utopías? Las hemos convertido en vidas en las que lo único que compartimos con la humanidad, en una inmensa mayoría, es la zona común de nuestras urbanizaciones y el proyecto común consiste en arreglar las humedades de la piscina para que no gotee en el garaje. Nuestro amor por el “ser” colectivo se ha convertido en el amor por el “tener”. Mi respuesta entonces, ante tanto “amor” hacia los animalitos, puede resultar molesta: La decepción con el “otro”, con mi prójimo próximo, ha sido tan profunda para las personas jóvenes, que quizá este giro a la naturaleza, a la inocencia, al amor incondicional de los perritos, sean también un reflejo de ese “sálvese quién pueda” y de ese tener que construirse en soledad, desde su individualidad, abandonando cualquier idea de proyecto colectivo. Con y en los animales sí que son posibles realizar todos esos valores de los que en otro tiempo sólo pensamos podían ser objeto los seres humanos.

No estoy diciendo que nuestros jóvenes sean egoístas, ni muchísimos menos, sino que su solidaridad y empatía están enfocados de otra manera, decepcionados por culpa, en gran parte, de lo que les hemos transmitido el resto de la sociedad las generaciones que les hemos precedido.

Creo que la capacidad de amar al otro sólo es una. Y esa capacidad, ese amor, se puede realizar con los seres humanos, con la naturaleza en general, o con nuestros amigos y amigas peludas. Ese “otro” como objeto de amor, hoy día se ha diversificado, y ya no sólo incluye a seres humanos. Hemos dado entidad de seres vivientes, sintientes y con unos derechos cada vez más equiparables a los nuestros, a los animales (animales no humanos, pues, no lo olvidemos, nosotros también lo somos).

El que esa capacidad de amar que indudablemente tenemos todos, no se centre sólo en nuestras mascotas, sino que también llegue a los seres humanos, que también son abandonados, sufren y se les retira su, en principio, inalienable humanidad, depende de lo que la sociedad demuestre a esos jóvenes que hoy en día están formando su escala de valores y se están desarrollando como personas.

Quién no es capaz de amar a un animal, cuando ha entrado en contacto con él, dudo mucho que pueda amar a un ser humano, seguramente no se pueda amar ni a sí mismo. Pero esto también vale en dirección contraria: Quién no se ama a sí mismo ni es capaz de hacerlo a otra persona, será muy difícil, imposible quizá, que logre amar a un animal.

 ¿Será que el Amor es la Vida y su único objeto es la Vida, sin adjetivos?

2 Comentarios

  • Karina

    Por suerte, los animales, como compañeros, están ganando cada vez más espacio en nuestra sociedad. Coincido en qué acercarse a los animales puede venir, en algunos casos, como consecuencia del cansancio que las relaciones humanas han provocado. Sin embargo, en otros casos, el contacto frecuente con un animal puede abrirnos los ojos a la enorme nobleza que hay en ellos, para luego darnos cuenta de cuánto debemos aprender de ellos. Aunque perdamos mucho, como personas, en esta comparación, considero que la relación con un perro o un gato es capaz de hacernos mejores individuos. Enhorabuena por este artículo.

  • Sunshines

    Desde mi humilde opinión…
    El amor es algo que se genera, se siente y se comparte.
    Es radiación, y por definición «emisión, propagación y transferencia de energía».
    El amor afecta a todo lo que alcanza, y al igual que otro tipo de radiación, en mayor o menor medida, afecta aquello al receptor según su permeabilidad.
    El estilo social impuesto, ha abandonado transmitir los valores que hacen al ser humano permeable al amor, no interesa.
    Nuestros hermanos de otras especies, no atienden a estos cánones sociales, reciben y devuelven esa energía una y otra vez, generan un flujo constante, y por ello, nos hacen tanto bien.
    Es duro vivir en esta sociedad cuando, efectivamente, ves el abandono y menosprecio a la vida de semejantes, y no tan semejantes, a todo tipo de vida…
    Afortunadamente, para quienes saben mirar, la vida; vibrante y brillante a nuestro alrededor; vuelve a tendernos un retorno a nosotros mismos, en un sinfín de gestos…

    Sólo reflexiones desde un aeropuerto. 🙏

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